Trippi es, al mismo tiempo, un geek y un asesor de campañas que en los 70 estudiaba Aeronáutica cuando fue abducido por la política. Es el tipo que, si su testimonio es cierto, puso por primera vez un computador al servicio de una elección. Era 1981. Era un DEC PDP-11, “más grande que una lavadora”, con 1,5 megas de memoria y precio de lista de $17 mil dólares, que sirvió para organizar nombres y direcciones de potenciales votantes del alcalde de Los Angeles, Tom Bradley, en su intento por convertirse en el primer gobernador negro de California.
Trippi perdió el ’81 como perdió con Dean el 2004. Pero en esta última derrota demostró cómo Internet, que ya había alcanzado escala suficiente, podía ser un factor estratégico en política. Veterano de decenas de campañas, escribió un libro que se llama “La Revolución no será Televisada”, en el que relata cómo fusionó el “modelo tradicional” y la tecnología.
No soy quien para andar recomendando libros, pero si a uno le interesa la política y la red, y al mismo tiempo no entiende mucho, es lo mejor que puede hacer por 10.85 dólares.
Cuando comenzó la campaña a comienzos de 2003, dice Trippi, Dean “era apenas un asterisco en la campaña”. Un asterisco con apenas $100 mil dólares en el banco y sólo 432 adherentes conocidos.
Un año después, Dean lideraba las encuestas, había recaudado US $50 millones a punta de donaciones de US $100, su red de voluntarios superaba los 600 mil y los medios –“a los que antes rogábamos por cobertura”- lo habían ungido favorito.
¿Cómo? Con dos cosas.
Primero, utilizando un entonces pequeño sitio llamado MeetUp, algo así como el hombre de Cromagnon de Facebook, que hacía notablemente más fácil conectarse con personas con la que uno comparte intereses y así organizarse. Desde una banda de rock hasta una campaña presidencial.
Y segundo, pero más importante, con un mensaje que –escribe Trippi- “rechazaba la vieja política, tomaba a la gente en serio y la empoderaba en el único lugar donde podían reunirse. Un lugar donde la presencia ubicua de la televisión no podría distorsionar su mensaje”: la red.
Hoy
Hoy, cuando en SCL la “política 2.0” se convierte en la palabra de moda, y el indicador clave es cuántos amigos tiene Sebastián Piñera o Jaime Ravinet en Facebook, vale la pena leer la Revolución no será Televisada. Para separar la anécdota de la sustancia.
La fábula del libro está en la introducción, en la que Trippi narra, con el estilo historia-no-contada de las memorias gringas, el día que todo se vino abajo. Moraleja: es la identidad, estúpido. Y la consistencia.
Es comienzos de diciembre de 2003 y falta un mes para las primarias de Iowa. Dean es el favorito y como tal está recibiendo toda la presión. Sus rivales demócratas lanzan diariamente nuevos avisos de TV destacando sus debilidades e inconsistencias. La prensa despliega el despiadado escrutinio que le reserva al número uno, y Dean ha cometido el peor error imaginable.
Antes de dejar su cargo de gobernador de Vermont y lanzarse a la campaña, firmó un decreto para cerrrar todo acceso público a los documentos oficiales sobre sus 10 años previos al mando de ese estado. La contradicción es evidente: el mismo candidato que promete reformar las prácticas en Washington sobre la base de la participación y la transparencia, teme mostrar su propio registro.
Escribe Trippi: “Le argumentamos que se está comenzando a notar en las encuestas. Que no sobreviviremos si la gente comienza a verlo como otro político más, de aquellos que dicen una cosa y hacen otra. Su campaña es justo lo contrario. Es una candidatura reformista, dispuesta a romper las viejas reglas y hacer que la gente vuelva a confiar en la política (…)”.
-“Tiene que volver a abrir sus archivos, gobernador, le dice Trippi junto al resto del staff.
Pero Dean se niega. “No hay nada raro en ellos”, responde. “¿Por qué tendríamos que abrirlos si no hay nada interesante en ellos?”.
La conversación se vuelve circular hasta que el candidato, ofuscado, dice:
-“Si de eso se trata, prefiero renunciar a la candidatura antes que abrir ese archivo”.
Los presentes guardan silencio. La reunión se termina. Dean y Trippi se encierran en una oficina. El candidato está de espaldas, “agitado”, y le dice:
-¡Hiciste esto demasiado fácil!
-¿Cómo?
-Eso. Nunca pensé que esto iba a llegar tan lejos. Estaba tratando de subir mi perfil, de instalar la salud pública como un issue, de sacudir al Partido, de ayudar a cambiar el país. Pero nunca pensé que esto podría pasar. ¿Entiendes?
Dean gira y mira cara a cara a Trippi: “Nunca pensé en serio que podía ganar. Quería ganar, pero realmente nunca creí que fuese posible”.
No lo fue.
(La introducción de La Revolución no será Televisada -que toma el título de una canción de los '70 y que fue usado también en un documental sobre Hugo Chávez- está íntegra aquí).
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