martes, 10 de febrero de 2009

Nuestra mujer en La Habana

El viaje a Cuba de la Presidenta Bachelet representa muchas cosas, pero sobre todo una: el inicio de la campaña presidencial y parlamentaria en Chile. De otro modo no se entiende la neurosis de la Democracia Cristiana y de la Alianza por tomar la visita a La Habana como una plataforma de diferenciación ideológica y quedarse fuera de una gira que introducirá a Chile en la conversación más interesante de América Latina en los últimos años: qué hacer con Cuba. Cambiar influencia por un par de segundos de noticiarios que se irán por el agujero negro que es febrero es, casi siempre, un mal negocio. Y eso es lo que están haciendo.

El próximo 17 de abril, en Puerto España, Trinidad y Tobago, se efectuará la Cumbre de las Américas. Será la primera de Obama, pero no para Raúl Castro, porque Cuba está "suspendida" de la OEA.

Nadie espera que Obama anuncie el fin del embargo o el regreso de Cuba al sistema interamericano. Pero sí ya hay harta gente que cree que habrá, cuando menos, anuncios simbólicos que señalen cuando menos la voluntad de Washington de modificar su estrategia.

Influye en ello la muy próxima extinción de Fidel, de la que ni siquiera él duda; la crisis económica, que golpeará a Cuba con fuerza y forzará al régimen a buscar innovaciones estructurales para evitar un nuevo "período especial" como el de los '90. Y la actitud de Obama, que no había nacido para el triunfo de la Revolución y que para la caída del Muro de Berlín tenía apenas 28 años.

En este escenario expectante, en el que por primera vez se crea una ventana de oportunidad para impulsar el cambio político en Cuba, ¿qué hace la DC? Sigue actuando con lógica de Guerra Fría, que es precisamente la actitud que más favorece al régimen en La Habana.

La visita de la Presidenta es importante. No sólo para Chile, que podrá tener lugar en una conversación clave para el hemisferio. Será importante para Cuba y los cubanos, como lo fue recientemente la visita de Lula y la de otros líderes.

Chile no puede ejercer "hard power" en el mundo. Pero sí puede ser un líder moral y acrecentar por esa vía su influencia. Un país que aspira a eliminar, paso a paso, la extrema pobreza, a construir una sociedad más igualitaria, a equiparar el acceso a las oportunidades, y al mismo tiempo a ampliar -y no restringir- los espacios de libertad. Un país que es, finalmente, el mejor contra-ejemplo de la revolución, que prometía para esos mismes fines un atajo que ya lleva 50 años, y que a estas alturas es ya un extravío.

Pues bien: nunca el liderazgo moral de Chile ha estado mejor sintetizado que en la figura de la Presidenta. Ella es dos cosas que son relevantes para los cubanos. a) Es una demócrata por convicción y no por costumbre, porque promediando los '80 no creía en ella. b) Es un testimonio de respeto por los derechos humanos y de aprecio por la libertad, porque fue múltiple víctima de la ausencia de una y otra cosa.

La Presidenta irá a Cuba y no se reunirá con los disidentes, pero sí con el cardenal de La Habana. Si el objetivo de la DC es el cambio político en Cuba, entonces debería haber convertido ese encuentro en motivo suficiente para ir a La Habana.

Si la visita fue bien planeada, cada palabra, gesto o comentario de la Presidenta en el arzobispado deberá ser observado con atención. Granma saldrá a vender la historia oficial. Dirá que la Presidenta visitó un centro de salud familiar, un programa de viviendas y un kinderganten, y se sorprendió con la calidad de los servicios sociales que provee el régimen. Pero durante esos días, los párrocos en toda la isla encontrarán la forma de hablar en cada misa de Bachelet, la primera mujer elegida presidenta de Chile, y de cómo Chile recuperó la democracia, redujo la pobreza y restauró los derechos humanos.

Los feligreses cubanos se irán a sus casas, conversarán del tema en la sobremesa y se harán preguntas. Con eso, el viaje presidencial está perfectamente pagado.

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